domingo, 22 de febrero de 2009

El Matrimonio Arnolfini


En el primer tercio del siglo XV los pintores italianos y flamencos descubren la realidad y la existencia de un espacio infinito a la vez que mensurable. Lo hacen casi a la vez, pero a pesar de esta aparente convergencia, el espíritu que subyace en el realismo flamenco y el que lo hace en el Renacimiento italiano son de orden muy distinto.
En Italia, no sin tensiones con la tradición gótica, la nueva manera de mirar y de representar se asienta sobre los hombros de la antigüedad clásica y en la invención de un sistema, la perspectiva, para representar geométricamente el espacio de tres dimensiones en las dos dimensiones de una superficie. En Flandes, por el cxontrario, no se rompe ni se sufren tensiones con la tradición gótica, que cada vez más pretendía que el mundo simbólico se aproximara al real. Jan van Eyck junto a los pintores flamencos de su generación puso las bases de ese revestirel símbolo de realidad y de desvestir la realidad de carga simbólica. Lo hace sin el soporte teórico que se desarrolla paralelamente en Italia y sin la alargada sombra de lo clásico; pero también sin el excesivo peso del arte medieval meridional. Sus instrumentos so: saber mirar, saber ver y el describior pictóricamente con la técnica adecuada lo que el pintor ve y lo que puede llegar a ver el contemplador. El matrimonio Arnolfini (1434) es una de las obras más importantes de van Eyck, y una de las más enigmáticas. Fascinante y misteriosa, tras su aparente cotidianidad oculta el símbolo; tras su intimismo, un complejo mundo de relaciones espaciales que envuelve al observador. A pesar de que el pintor no parece querer nada más que describir una cámara nupcial burguesa, su significado parece estar aún sin descifrar. en él se retratan un hombre y una mujer de cuerpo entero, lujosamente ataviados. Se trata de Giovanni di Arrigo Arnolfini y su mujer, Giovanna Cenami.
Pero a pesar de ser retratos, el hombre y la mujer no son los únicos elementos retratados en la tabla y van Eyck muestra todo lo que sus ojos alcanzan a ver: el entarimado del suelo; los rojos cortinajes del dosel de la cama; el rojo cubrecama y los cojines del banco del fondo, los zuecos, los de él y los de ella, depositados en la alfombra como si se los acabaran de quitar; las cuentas de cristal que cuelgan junto al espejo, ese espejo cóncavo con un marco en el que se representan escenas de la Pasión de Cristo y en el que se refleja lo que vemos y lo que no vemos de la estancia; e incluso los dos personajes que se hallan en el quicio de la puerta, la santa Margarita que amansa al dragón en el banco que hay junto a la cama; las frutas en el alféizar de la ventana, la ventana misma y el jardín que se adivina a través de ella; y una lámpara que cuelga del techo con una única vela encendida, aunque la escena transcurre de día. El perrito a los pies de la pareja y la inscripción de van Eyck a modo de firma al lado del espejo: "Jan van Eyck estuvo aquí, 1434). Jan van Eyck retrata personajes, pero también pinta símbolos. Para E. Panofsky simbolizan el sacramento del matrimonio: fidelidad, fecundidad...
La composición presenta una estructura asimétrica: el eje central está subrayado por la lámpara, el espejo, las manos unidas y el perro del primer plano. El espacio está formado, no tanto por líneas de fuga propias de la perspectiva como por la superposición de personajes y objetos. Las líneas de las paredes laterales son absorbidas continuamente por las verticales. Sorprende la falta de caracterización individual de los personajes y que los detalles presenten un carácter de retrato (lámpara donde centellea la vela matrimonial; el espejo, los vestidos, las alfombras o la ventana) . Los materiales de los tejidos-piel, terciopelo, seda, el lino de la cofia-, el pelaje del perro, son "táctiles". Estos detalles minúsculos los logra pintar van Eyck gracias al uso del óleo, gracias a su cualidad de perfecto aglutinante

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